Después de una pedorreta, dos cortes de manga y una hostia con la mano abierta al mismísimo aire, Roberto decidió que era el momento de saltar por donde había venido y continuar escribiendo aquella página que nunca estuvo en blanco. La pedorreta se la dedicó a sí mismo tras una discusión con un mal gesto; el corte de manga era pura descarga de adrenalina sin filtrar; y la hostia, un movimiento de impotencia contra nada (el todo que pasa por delante y nunca se para a mirar). La hoja, que durante muchos años se disfrazó con letras, espacios, verbos y giros sin sentido, ya no dominaba la situación. Roberto desveló el secreto después de muchas vueltas, que no a lo mismo. Había mucho que escribir. Y ya con la ansiedad desalojada del cuadrilátero.
La primera frase salió por sí sola. El resto fue llegando por su propio pie. Un capítulo, el que correspondía a los primeros días del cambio de siglo, tiñó la habitación de azul: una mezcla de fondo de piscina con pintura que no pinta nada. La se…
La primera frase salió por sí sola. El resto fue llegando por su propio pie. Un capítulo, el que correspondía a los primeros días del cambio de siglo, tiñó la habitación de azul: una mezcla de fondo de piscina con pintura que no pinta nada. La se…